jueves, 12 de febrero de 2009

Entrevista...

Aparece luego de una larga búsqueda. En iglesias, calles, sueños, parques, se han repetido sus muchos nombres sin obtener respuesta. Después de tanto caminar, en el sitio menos esperado se presenta; sencillamente se sienta al otro lado de la mesa, donde el café se ha enfriado y las nuevas ideas se desparraman en forma de letras sobre hojas amarillas, y sin mayor preámbulo dice: “de acuerdo, pregunta”.

Hombre, mujer, blanco, negro, amarillo, niño, anciano, luminoso, oscuro, bajo, alto… Todas las formas, colores, características del universo se dejan ver en una presencia que muta caleidoscópicamente. Los cambios son tan rápidos, las apariencias tan fugaces, que es necesario acostumbrar a los ojos a recibir una imagen distinta cada segundo.

“No trates de definirme, para hacerlo habría que tomar en cuenta todo lo que hay en el universo. Nada me es ajeno, todo lo creado me pertenece; cada marca, color, matiz, tamaño o forma de vida ha sido obra de mi voluntad y mi reflejo”

Y aunque comenta que “encerrarse en un concepto” es sólo necesario para los hombres, se describe a sí mismo como un artista de formas y destinos, amante de los colores y los conceptos. “Soy un genio vanidoso”, dice finalmente con una sonrisa que empieza chimuela y termina amarilla.

“Tampoco intentes desesperadamente encontrarme un nombre verdadero, eso es algo que tú creaste para hacerte las cosas sencillas, yo no lo necesito”. Así, dice que le da lo mismo que le digan Alá, Jehová, Yahvé, Padre, Buda, Quetzalcóatl o cualquier otra combinación de sonidos que se invente en el universo. “Llámame como mejor te acomode, ese es asunto tuyo, sólo cerciórate de que seas capaz de sentirme”.

Habla en un tono suave, aunque poderoso; se dirige a uno, pero parece hacerlo a todos. Dice saberlo todo antes de que siquiera atinemos a pensarlo. “Los escucho siempre. Sé lo que necesitan, lo que quieren y lo que tendrán antes de que las intenciones sean creadas”, explica mientras aparece un rostro claro, seguramente idéntico al que tendrá una persona en algún lugar del mundo. Sólo toma aire para responder a la pregunta que aún no se termina de plantear en mi cabeza.

“No necesitas tener voz, oídos sanos u ojos claros que perciban imagen, para conocerme o comunicarte conmigo. Es simple, sólo tienes que tener voluntad y ahí estaré, el medio es lo de menos, para eso integré en la creación algo a lo que le llamas espíritu, pero que no es más que un torrente de energía ininterrumpida entre tú y yo. Es algo como una conexión de banda ancha permanente”.

–Si dice que es tan simple comunicarse con usted, ¿por qué entonces parece complicarse tanto en la práctica?

–Eso es algo que siempre me preguntan. Es algo tan simple… Todo se trata de niveles de entendimiento; cuando se es hijo no se puede comprender al padre porque está fuera de tu capacidad. Sólo se puede entender al cien por ciento cuando se está en la misma situación y aunque cada aprendizaje que obtienes te acerca más a mi condición, siempre estarás bajo mi directriz.

–Entonces, ¿todo se trata de aprender?

–Efectivamente, su tarea es aprender, comprender y alcanzar el equilibrio. Se trata de que conozcan y posean luz y sombra, bondad y maldad, todos esos conceptos abstractos a los que les han puesto nombre, que se contraponen y que son parte de mí. No puedo decirte más, porque sería terminar con la diversión de ser Dios, sólo puedo decirte que aunque aún no comprendan para qué, un día todo se volverá claro.

–¿Ser Dios le parece divertido?

–Oh, sí, muy divertido… ustedes son el reflejo de lo que me compone. Cada actitud, cada sentimiento, cada palabra es mía. Si todo pasara únicamente en mí no sería tan entretenido, nunca se disfruta igual peleando con uno mismo, amándose, alabándose, odiándose; el chiste es tener en quién reflejar los deseos, en quién volcar las emociones.

–Si todo es reflejo de su voluntad, ¿usted decide cada cosa que sucede?

–En parte… existe el destino, que es el plan que le he trazado a cada existencia, el principio y el fin, el aprendizaje que alcanzarán y un montón de puntos generales. Pero también existe el libre albedrío, que está compuesto por las decisiones que van tomando en el medio de mi plan y que son las que le dan un toque diferente a cada uno. Digamos que existe un libreto general, pero la tarea de improvisar los diálogos en pleno rodaje es asunto suyo.

–¿Se puede cambiar ese “libreto”?

–No, no se puede… Ese es el error, que pretenden tenerlo todo, la guía y la libertad. No se puede ir por la vida cambiando el rumbo a cada paso…

De pronto lo que parece una masa luminosa se convierte en mujer. Sonríe, juega con la larga cabellera negra que cae sobre los hombros y sigue corriendo hasta llegar debajo del busto. “Imagina -dice mientras tuerce un mechón entre los dedos-, si alguno de los que dicen representarme me viera de esta forma”. Sorprende la manera en que lo dice, pero más aún, sorprende la comodidad con que parece desenvolverse como mujer.

– ¿Sabe?, todas las mujeres alguna vez se han preguntado cómo sería el mundo si usted fuera mujer…

–Sí, lo sé… es curioso, porque no se dan cuenta de que también lo soy, como soy negro u oriental, lesbiana u homosexual. No sé por qué se empeñan en creer que soy varón, que soy anciano y que soy infinitamente bueno.

–¿Y no lo es?, quiero decir, ¿infinitamente bueno?

–Sí, como también soy infinitamente malvado. Equilibrio, anótalo bien, E-QUI-LI-BRIO –me dice mientras separa las sílabas con semicírculos en el aire-, no hay bondad sin maldad, ni sufrimiento sin felicidad, no hay blanco sin negro, no hay hombre sin mujer, todo tiene su contraparte y todas son parte de mí.

–¿Le molesta que piensen eso, que lo encasillen en un concepto?

–Por supuesto que no, sé que para ustedes es necesario encontrarme una forma. Aunque debo decir que hay algo que me molesta de ustedes, es el defecto que han alimentado durante siglos: me molesta mucho que se arrodillen cada vez que quieren hablar conmigo. No es necesario, cuando les hablo estoy a su lado, a su altura; estén de pie, acostados, sentados, desnudos o vestidos…

–Y, de todas las cosas que hacemos, ¿hay algo en especial que le guste?

–Que crean en mí.

–¿Y qué hay con los que no creen en usted?

–Simplemente no creen… es su derecho. Eso no quiere decir que no se rijan bajo los planes, es simplemente que no quieren hablar conmigo.

–¿Uno puede decidir no hablar con usted?

–Claro que se puede, como le dejas de hablar a un amigo o a tus padres cuando estás enojada. No hay nada de malo en ello. Entiendo que hay cosas que no les gustan y que simplemente no quieren saber de mí; cuando eso pasa, les doy su espacio. A veces toma un segundo, a veces toda su existencia que nos reencontremos, pero aunque no quieran verme o hablar conmigo, aunque decidan no creer en mí, no importa, siempre estoy al pendiente de lo que les pasa.

“Dejar de hablarle” es algo que simplemente no existe en la práctica religiosa, que es la forma convencional de acercarse a él. La mayoría de las doctrinas enseña que hay que temerle, que sus decisiones son incuestionables y que la más mínima intención de reproche o rebeldía será castigada… La idea va tomando forma cuando interrumpe…

–No existen. Los castigos no son más que las consecuencias de sus decisiones, recuerda a Newton: “a toda acción corresponde una reacción, en la misma magnitud, pero en sentido contrario”. Eso de los castigos fue la forma más sencilla que encontraron de aceptar las consecuencias, pero no quiere decir que yo los aplique.

–¿Entonces las religiones están equivocadas? –pregunto con asombro.

–En esa parte sí… bueno, en realidad en muchas partes –dice mientras suelta una carcajada que suena a trino de pájaro-, pero en especial en esa. No hay razón alguna para que yo necesite que me teman, de cualquier forma yo controlo todo, les guste o no. No hay forma de hacerle revolución a Dios… Soy todopoderoso, no necesito valerme del miedo.

–¿En qué otra cosa están equivocadas las religiones?

–En el concepto de que hay personas “preparadas” para comunicarse conmigo. Yo los hice perfectos en el espíritu, no necesito intermediarios para llegar a ustedes. Esa idea que tienen de que sólo a través de alguien más se puede llegar a mí es la cosa más absurda que he escuchado, pero también la más efectiva, llevan milenios enteros creyéndolo.

–Entonces, ¿tiene usted representantes en la tierra?

–No, Dios no tiene sucursales. ¿Nunca has pensado que eso de que tenga que enviar embajadores es algo tonto? A ver, soy omnipotente, todo lo sé, todo es mío, estoy en todos lados… ¿qué necesidad tengo de que alguien diga por mí lo que puedo decir yo solo? Una vez lo intenté, porque creí que sería más sencillo entenderme si había alguien que les explicara las cosas, pero lo complicaron todo y terminaron confundiéndome con él.

–Hay personas que dicen ser sus mensajeros, que aseguran tener la verdad y hacen cosas en su nombre, ¿qué opina de esto?

–Primero, todos son mensajeros y receptores, no tengo canales institucionales, aunque se empeñen en creerlo. Segundo, cualquiera puede actuar en mi nombre y será cierto, te lo he dicho, todo pasa por una razón y por mi voluntad.

–¿Justifica la guerra, el hambre, las dictaduras, la corrupción?

–Como justifico la bondad, la filantropía y todas esas cosas… El universo sería aburrido si no existieran los contrastes. En esto no hay buenos y malos, sólo hay situaciones diferentes. No serían capaces de valorar la paz si no hubiera guerra, ni de encontrar el sentido de la vida si no existiera la muerte…

–¿Entonces algún día descubriremos el sentido de la vida?

–Algún día, aunque parezca que no… Pero debo decir que no es mi deber contestar cuál es, que sé que es la siguiente pregunta que me harías; la tarea de hallar el significado, el propósito, es de ustedes. Primero tienen que entender que la vida es infinita, que lo que se gasta, lo que caduca es el envoltorio, la existencia física; cuando lo hagan, estarán más cerca de encontrar la solución del acertijo.

Al voltear a verlo, mi interlocutor se ha convertido en un hombre negro, de manos grandes y surcos en la piel. “Ahora a alguien se le ocurrió imaginar que tengo Parkinson”, me dice mientras fijo la vista en un par de manos que no dejan de temblar. Siento que ha pasado mucho tiempo desde que iniciamos esta conversación. “El tiempo es relativo para mí –dice interrumpiendo el intento de ver el reloj-, pero no es lo mismo para ti, de modo que me voy”.

En un parpadeo desaparece. Los ojos, acostumbrados ahora a los cambios, no alcanzan a comprender el vacío que ha quedado al otro lado de la mesa. El reloj marca apenas un minuto más que la última vez que lo vi, antes de empezar la conversación. Tomo la libreta y antes de cerrarla descubro palabras que yo no he escrito, pero que me son familiares. “Un par de cosas más: recuerda que estoy aquí, aunque no me veas, aunque no me escuches, aunque no me hables. Disfruta la oportunidad de la existencia, nada te he enviado que no seas capaz de superar. No temas pedir ayuda, siempre habrá alguien dispuesto a ofrecértela”.

Un niño pasa, me sonríe, guiña el ojo izquierdo y continúa su andar hacia los brazos de su madre, que le llama a continuar el camino. “Así que de esto se trata, de ser capaz de verte en cualquier lugar”, le digo mientras termino de guardar mis cosas en la bolsa; y aunque sé que ya no puedo escuchar sus mil voces, intuyo que en algún lugar hay alguien asintiendo con la cabeza.

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