miércoles, 21 de mayo de 2008

Él...

Empiezo a creer que tengo un imán entre las piernas, una pieza pequeña, como yo, que le atrae y le hace venir dentro de mí...

Empiezo a creer que un día podría quedarme enganchada en el nudo precioso de sus piernas, que tengo un arnés en lo profundo, que se aferra a la distancia que me alcanza...

Empiezo a creer que me conoce como un mapa, que aprendió topografía sobre mi cuerpo, que conoce los botones de flor que me nacen en el pecho y las frutas que maduran en mi piel...

Empiezo a creer que me vuelvo adicta, adicta de él y de mí cuando lo alcanzo... que un día querré arrancarle las manos, para quedármelas encima...

Empiezo a creer y no termino, en la dulce agonía de su venida, en el silencio que me llena cuando amanece en mi espalda y la batalla que se libra en unas revueltas sábanas blancas...

Empiezo a creer que se me acabó la calma, la lógica y la fe, que sólo su cuerpo puede darle sentido al mío, que sólo la sal que me derrama puede darle existencia a mi vacío...

Empiezo a creer que esos ojos negros que posee, saciarán mi sed; que el desierto que nos abrasa me comerá entera y sin mordiscos; que sus besos un día me convertirán en mármol pulido, cuando alcance la perfección de tener su espacio...

Empiezo a creer en la curvatura de mi espalda y las puntas de mis pies, que alcanzan cada vez, las estrellas de su cama... creo en los silencios armados con miel cristalizada, en las manos de arena que se me derraman y la piel de cereza de la que me alimenta...

Empiezo a creer que los listones de mis brazos podrían convertirse en serpientes que lo sostengan en las caídas, que mis piernas y su hueco serán un día hogar húmedo y fecundo, para su existencia entera...

Empiezo a creer, creo que lo creo ya, que el vértice de mi pecho terminará por atraerle para siempre, que mis corazones cantarán los soles y navegarán, ondulantes, por su cuerpo...

Empiezo a creer, necesito tanto creer, que habrá un hueco que me aloje cuando quiera abandonarme en el perfume impermanente de las batallas, que un día en la piel me nacerán flores de cereza y tendré, por fin, las hojas rojas...

Necesito creer, por favor, que me haga creer que mañana, cuando despierte de este letargo de vida enredada a sus piernas, tendré la piel madura pare recibir uno de sus besos...

sábado, 16 de febrero de 2008

Aquí, allá y en todos lados...

Para ti, que te fuiste antes de

que se venciera el contrato...

Creo fervientemente en el silencio, en la oscuridad y la niebla... Creo en el sol que sale de repente y me ciega... Creo en el silencio y el encierro...

Creo que te has ido en el momento menos indicado y cuando quizá fue más conveniente. Creo que habrás de entender mi rabia y que algún día recuperaré la memoria...

No sé si donde estés habrás de escucharme, si sabrás ahora que no tengo palabras que escribirte, que me caes mal por dejar a mis hijos sin voces que recuerden, que me he arrancado el cabello de tanto darle vueltas a las últimas frases... no sé... y ya no importa...

Creo que habemos de encontrarnos, aquí, allá y en todos lados, que cuidarás finanzas y harás tratos, que regresarás un día a decirme algo, que serás mi bisnieto y odiarás la sopa, que te dejarás los dientes y apoyarás a otros...

Creo, creo, creo tanto, que me he convencido de pensar que es la única manera de no perder la cordura...

Creo, maldita sea, que me duele en el alma que te hayas ido, que me molesta mucho que me dejaras la carga, que no soporto la idea de que hasta el final te hayas conservado igual... impredecible...

Creo, creo, creo... que te voy a extrañar con todo el cuerpo, las lágrimas y el alma...

viernes, 1 de febrero de 2008

De estrechez y flexibilidad...


Estrecha, mi cama...

Flexible, mi cuerpo...

Circular, roja, caliente, sedienta, qué más da...

Si en tus manos que recorren, en el cielo de mi mente, el cuerpo desnudo que me lleva, todo se vuelve eterno... si en los pies helados que recuerdo, en el silencio entrecortado con gemidos que una tarde nos regalamos, si en las lunas en que se convierte mi pecho sólo se halla la magia de un par de dedos... si ahí, donde quisiera tenerte sólo hay un hueco que no lleno... qué más da cómo sea...

Estrecha... como el capullo que se ha reconstruido a base de sequías, como la cadena que construyen mis piernas alrededor del cuerpo que sueño, como las líneas que cierran y abren los destinos de mis ojos...

Flexible... como las manos que aún siguen asiéndote, como la incertidumbre que me ronda, como mi esperanza de naranja desgajada...

Qué más da, carajo, qué más da... Si lo único más estrecho que yo es el camino hacia la nube, si lo único más flexible es el silencio que se rompe... qué más da...

Que sea estrecha mientras te espera... que sea flexible mientras te siente venir y viene contigo...

Que haga lo que quiera, que sea lo que quiera, que se cuadricule, que se raye, que sea morada, azul, amarilla... que sea mía, para que sólo tú puedas sentirla latir alrededor...

Estrecha... sensible... flexible... húmeda... profunda... Qué más da... si puede serlo todo, si puede entregársete como sea que quieras vestirla esa noche, si puede buscarte como el niño el botón de rosa que crece en un pecho... si puede ser tuya cuando quieras, como quieras, donde quieras...


miércoles, 30 de enero de 2008

Vanity

Sabía que regresarías.

Lo tenía bien claro, que al final tú mismo serías quien me haría ganar la batalla que no inicié.

Sé que piensas que soy una vanidosa, que ahora soy yo quien tiene el corazón de hielo... pero no me importa... sí, soy una vanidosa, una maldita vanidosa... y me gusta.

La noche que te fuiste no pensé en nada, sólo en las miles de noches que habíamos pasado juntos, sentados uno al lado del otro, después de sangrarnos los labios y destilar sal.

¿Te extrañaría?, ¿pensaría en ti una vez? No sé, no me pasaba por la mente... y sí, te extrañé, como también extraño comer azucar o beber una copa en solitario. Nada grave... pude sobrevivir.

Pero tú, tú regresaste.

Para ser honesta tampoco pensé si lo harías o no, ni siquiera me importó saber si los ojos te estallarían de lágrimas en soledad o sentirías frio cuando no tuvieras una casa a la cual llegar cada vez que quisieras vaciar tu cuerpo...

¿Pensaste acaso que yo tendría otros brazos, otros labios, otra piel que me recibiría gustosa? No, nunca lo pensaste... creíste que eras lo único, que se me acabaría la vida y regresaría corriendo a pedirte que no tomaras en cuenta mis palabras... me creíste tan segura...

Pasaron días, que se conviertieron en semanas, que se convirtieron en meses. Tres, sólo eso resististe, noventa míseros días...

¿Tienes idea la satisfacción que me dio ver tu número en mi teléfono? Sabía que me habías necesitado, que quizá en ese tiempo hubo muchas en quienes derramaste la blanca sangre que te corre por las venas, que otras te besaron, que quizá hasta te amaron... pero que soy yo, yo, yo, ¡yo! a la que buscas para sentir el rojo de los labios húmedos, yo a la que necesitas para recostar la cabeza luego de alcanzarlo todo, la que te absorbe las miradas y te las regresa heladas.

Al principio pensé no contestar... lo dejé sonar un par de veces... las que sabía que esperarías antes de colgar y volver a marcar los diez números que separaban nuestras voces. Luego te dejé decir... y me diste poder.

Sí, poder... así como se lee... poder sobre ti, sobre lo nuestro, sobre el futuro... poder... lo único que necesitaba para abrirte los brazos y el cuerpo.

Fusite una presa tan sencilla... en tu mente sólo cupo la idea de que había sido tu culpa...

¿Nunca pensaste que yo quería que te fueras? No, jamás... eres tan simple.... quería que te fueras, que desaparecieras, que nunca más me buscaras...

Y al final, el día que quisiera un grito eterno, te buscaría, te haría venir con la facilidad de siempre, con una enorme sonrisa vertical...

Pero fuiste tú, tú el que cometiste una vez más el error... maravilloso error que agradezco, que bendigo, porque ahora sé que no puedes seguir, que nada vive en tu cuerpo sin mi humedad, sin me deseo, sin mí...

Me diste poder... me dejaste ganar fácil... Ahora resiste, resiste... que ya que lo sé, sólo puedo querer más...

miércoles, 23 de enero de 2008

Contarme, contarte...

Si me cuenta otro, no me encuentro. Si soy yo la que tiene voz, todo mi mundo gira...

¿De qué escribo? De lo que estoy hecha, de la materia transparente que me corre por las venas, del tejido que me conforma, bordado con mentiras redimidas; de los soles nocturnos que se abren cuando me tocas un dedo, del invierno que me crece cuando el silencio llega al alma...

¿De qué escribo? De mí, de mis sueños, de mi sangre, de mis gritos... Del caudal interminable de palabras que se agolpan en mi lengua sin salir jamás, de la vida que haré nacer y me dará la propia, nueva... Escribo de la mente confusa, de mi amado compañero de viaje, de caminos que se abren y libros que se cierran...

Escribo... escribo de ti, de mí... de la esencia compartida de los sueños, de cómo te amo y te desamo, del olvido y la razón... de la lógica preciosa de mi cuerpo, del espacio que ocupa el alma y el vacío que deja cuando se muda a otro cuerpo... escribo...

Escribo de mí, de mis partos que aún no llegan, de cómo amar a dos hombres, de mi personalidad conservadora-feminista, de cómo he renunciado a las alas, de cómo he sido infiel sin sentir culpa alguna, de cómo dejo la vida por dar a otra un poco de luz...

Escribo en silencio... como en silencio amo, como siento el dolor, como me pesa el hambre, como deseo al hombre... en silencio...

¿Por qué? Porque quiero contarme, encontrarme, defenderme, atacarme... porque sólo así puedo ser dueña de un destino nuevo y un final inacabado... porque tengo mil realidades, por las mil mujeres que soy... porque sí, porque quiero, porque puedo...

Escribo por placer, por poder, por necesidad, por hambre...

¿Por qué? Porque soy la única capaz de hacerlo... ¿Entenderías los cólicos matutinos, las lágrimas de mi orgasmo, el silencio que deseo se haga eterno, las manos que desean llegar a tu desierto, la estrechez de mi cama, la risa vacía, los ojos helados?

¿Entenderías acaso las palabras que he deseado que se pongan en tus labios, mi deseo profundo de ser invisible y verte desde lejos, mi romance con la oscuridad, mi anhelo de encontrarme viviendo en tus ojos, ni necesidad de probarme?

No, no mientas... ni yo lo hago... por eso necesito contarme, para encontrar en medio de este llanto dulce que es mi vida, los motivos...

Por eso... no me cuentes, no me digas quién soy o qué debo hacer... deja que me cuente sola, que quizá así pueda, puedas, encontrarme...

martes, 22 de enero de 2008

Nací mujer..

Hoy debo decirte todo, hacerte saber lo que tantas veces preguntaste, recordar esa noche para intentar explicarte lo que a veces ni yo misma entiendo.

Era tarde, hacía frío. Acabábamos de hacer el amor luego de una larga noche de fiesta, mi vestido verde todavía colgaba del brazo del sillón, mis piernas aún temblaban por la intensidad de la explosión. La casa era un sembradío de ropa y silencios, pero decidiste romperlo.

-¿Me amas?

-¿Qué pregunta es esa?, tú y yo no hablamos de amor, es el acuerdo.

-Esta vez hablaremos, ¿me amas?

-Esteban, por favor, no juegues con eso, ya hemos platicado.

-No estoy jugando María, sólo quiero saber si me amas.

-¿Amarte? Es muy difícil decirlo…

-¿Entonces por qué sigues durmiendo conmigo?

-No dormimos, cogemos.

-María, ¿qué palabra es esa?, responde ¿me amas?

-¿Acaso tú lo haces?

-Sí.

Era muy pequeña, yo no lo recuerdo, pero dicen los que estaban que cuando nací el médico dijo que era mujer, yo siempre he pensado que quiso decir que algún día sería mujer.

Siempre me dijeron que ser mujer era un castigo de Dios, que yo no debía sentirme orgullosa, sino al contrario, culpable porque todos los males de la humanidad eran culpa de “nosotras”. Me enseñaron a tenerle miedo y descontento, a creer que era un martirio, a cerrar las piernas cuando me sentara y no abrirlas hasta que me casara. Me enseñaron a decir siempre sí, a menos que ese sí tuviera que ver con mi sexo, en cuyo caso sería un no; me enseñaron a tenerle pena, a no conocer lo que llevaba ahí abajo, a arrastrarme por el suelo en busca de migajas, a suplicar la presencia aunque no fuera acompañada del amor. Durante años me educaron para ser de todo, menos una mujer.

Nací mujer treinta años después de que salí de mi madre. Sé que tardé mucho, pero así fue. Siempre me dijeron que era fea y tonta, que debía aprovechar la oportunidad de un marido porque no se me presentaría dos veces y que una vez casada tenía un compromiso con mis padres, que para eso me habían educado. Fue entonces que cuando me desperté luego del funeral me sentí abandonada en el desierto, como si me hubieran soltado una gran cuerda que me unía a “mi gran salvador”, como si en ese momento no quedara más que esperar a morir.

No nací mujer sino hasta que me encontré contigo dos años después de estrenar la viudez, cuando decidí que era hora de volver a empezar, cuando diste un salto a mi cama y te acepté gustosa de conocerme.

-¡No digas bobadas!, tú no me amas, sólo nos somos convenientes.

-Para ti son bobadas, pero yo te hablo en serio, te amo.

-No, eso no es cierto…

-Llevamos cuatro años juntos mujer, ¿esperabas que no me enamorara de ti?

-No vengas ahora con eso, tú y yo teníamos un acuerdo, la pasábamos bien, eso era todo. El amor nunca estuvo en el trato.

Cuando nací mujer descubrí que mi cuerpo era de seda y poseía un segundo corazón entre las piernas, un corazón que latía desesperado, que respiraba, que sudaba, que enloquecía hasta lanzar un grito que sólo yo escuchaba. Cuando nací mujer supe que mi pelo era caricia, que mi ombligo era una vez copa, que mis uñas eran agujas y mi vientre podía convertirse en circo.

Y descubrí que en realidad busco un dueño que me haga creer que le pertenezco aunque jamás deje de ser mía, uno que me apriete y me rechace cuando me convierta en su sombra, que no me permita ser más suya de lo que puede serle mi sexo.

-¿Trato?, no sabía que lo nuestro se trataba de un negocio, pero en ese caso, creo que te debo mucho más de lo que puedo pagar. Yo quiero tenerte para mí, despertar descansado en la mañana luego de no haber tenido que abrir los ojos para descubrir que ya no estás.

-Pero es que tú no entiendes, las cosas estaban claras, por lo menos para mí, aquí no había amor, sólo deseo, sólo había carne, sólo eso combinado con un poco de compañía.

-La que no entiende eres tú, es imposible que luego de este tiempo esperaras que yo no sintiera nada, ¿acaso crees que estoy vacío, que sólo soy un pedazo de piel erecta que se llena y se vacía con cada orgasmo?

Ese día supe que a base de respirar entrecortado, de marcar los territorios de tu espalda, de alborotar los dos rosales que tengo en el pecho podía por fin romper la barrera de ser niña. Sólo explorándome despacio nacería de nuevo, esta vez como algo mío, reluciente, húmedo, cambiante.

Cuando nací mujer supe que lo sería siempre, cada vez más aficionada a sentirme mía cuando otro se introdujera en mi inocencia desflorada, pues aunque me declaro adicta quiero que sepas que no necesitaba sentir la espada que llevas, sino el capullo que alojo.

No era adicta a ti, sino a mi cuerpo, a sentirme cuando estabas dentro. Sí, te necesitaba para descubrir el templo, para explorarlo y satisfacerlo, para invadirme y permitir que alcanzara la profundidad de mi existencia.

Te necesité, incluso creí que podíamos amarnos, pero luego pensé que tú también querías sentirte, apretarte contra mi sexo, tenerte dentro mío para aproximar la punta a tu vientre. Supe entonces que no éramos más que un par de amigos que jugaban a conquistarse, que se ayudaban a sentirse eternos, que compartían un cuerpo para describir el suyo con gemidos.

-¿Quién crees que soy, qué crees que soy?, ¿acaso no te he dicho mil veces que te quiero?

-Pero es muy diferente, yo también te quiero, como quiero a mi gato o como quiero a mis libros, como alguien que me hace descubrirme, que me ayuda…

-Entonces eso represento, bien… pues te hubieras acostado con tu gato, así no hubieras tenido que pasar por este momento tan desagradable.

-Deja de decir idioteces, durante años la pasamos bien, no sé por qué ahora tienes que venir a complicarlo todo confundiendo el amor con el deseo. Ya verás que dentro de un tiempo vas a preguntarte cómo es que pudiste creer que me amabas.

Supe entonces que dejaría de preocuparme por el amor y el pecado y seguiría besándote, que arrancaría tus labios para probar mis dientes e inundaría tus gritos con mi océano sólo para probar sus caudales, que usaría mis piernas para aprisionarte y arquearía mis pies para saber sus motivos, para conocer cada doblez, cada flexión hasta memorizar cada uno de ellos; que abriría mis ojos para verte, pues sólo viéndote sabría hasta dónde llegaban mis poderes.

No puedo decir que no deseaba sentir tu piel, que no anhelaba los encuentros, que me era indiferente tu cuerpo firme, tu fuerza al penetrarme, tu sonrisa venida desde lejos cuando dejabas correr el río de sal y semen luego del último suspiro. No, no me eras indiferente, pero me resultabas cada vez más ajeno, cada vez más dentro de esa delgada línea que puede para separarnos en el límite de nuestros deseos.

-Es una lástima que veas las cosas de esa manera, yo no creo, sé, siento que te amo, pero gracias por todo, quizá algún día seas tú la que se dé cuenta…

-¿Darme cuenta?, ¿de qué?, ¿de que te amo?

Dime, ¿lo haces? No te quedes callada, maldita sea, lo menos que merezco es que digas algo…

Aprendí a mostrar los senos, a acariciar mi vientre cada vez que quería hacerte venir, aprendí a conocer a esta María que gime, que a veces llora cuando corre frenética hacia la cima, a esta que me fue negada durante años por considerarse sucia, impura. Sólo a través de tu cuerpo pude encontrarme abierta para recibir esa daga ardiente que llevas entre las piernas, sólo a través de sentir tu lengua enredada en mi garganta, tus dedos recorriendo mis botones secretos podía encontrar este silencio que a veces estalla en mi cuerpo haciéndome saber que dentro llevo un infierno.

Soy yo a quien pertenece el cuerpo que descubres en la cama luego de la tormenta de sábanas y besos, soy yo la que nace y vive cada vez que pertenezco al demonio del desierto; soy yo la que descubre en cada acometida un grito nuevo, la que disfruta cada pliegue de su cuerpo, la que afloja el cuerpo arrepentida por no pedir más, por haberme distraído.

-No me preguntes ahora si te amo, porque no, no te amo, sólo yo puedo amarme, en esta infinita perfección que son mis cavidades, hechas a la medida de tus deseos. No te amo, pero quédate. Si alguien se irá esa debo ser yo, pues sólo así podré saber qué se siente dejarte abandonado, deseando beberme hasta dejarme vacía, anhelando llenarme cada espacio con tu cuerpo.

-Entonces eso era lo único, probarte que eras capaz de esto… de jugar sin quemarte, de presentarte dos veces por semana en una cama para irte sin sentir culpa alguna. Lo lograste, me atrapaste, ¿quedaste satisfecha?

Diste la vuelta sin dejar que te explicara, sin permitirme que dijera lo que se me quedó en la garganta, lo que hubieras entendido, lo que te habría hecho esperar. Necesitaba decirte… que debía ser yo la que se fuera, pues sólo así podría ser yo la que regresara...