jueves, 30 de abril de 2009

Alerta sanitaria fase cinco

 La mitad de la gente que me miraba el viernes, creía que era yo exagerada.
Para el sábado, la gente no me miró, pues había abandonado las calles...
Lo mismo pasó el domingo, cuando la ciudad de México empezó a vivir en un estado de paranoia permanente.
El lunes muchos debimos regresar a trabajar, y entonces sí, ya nadie me vio como bicho raro cuando llegué al escritorio con cubreboca, alcohol en gel y toallitas desinfectantes... 
Para mí, la paranoia empezó desde el lunes pasado, cuando supe que había casos de "neumonía atípica" en varios hospitales, y que estaba siendo mortal.  Lo supe, como lo sabe quien menos quiere enterarse de que hay una amenaza invisible...
Desde ese día traje la noticia atorada como un dolor del alma: entre el pecho y la espalda. Y aunque sabía que esto podía ser grave, la verdad es que no tenía idea de qué tanto...
La epidemia empezó a apoderarse un poco de cada uno, desde que se supo de su existencia. Se nos fue subiendo como enredadera, hasta que llegó a nuestra cabeza; se apoderó de nuestra sensación de seguridad, de nuestra salud, de nuestras ganas de ver qué cuenta de nuevo cada día.
No, no hablo de la epidemia que está causada por el virus de la influenza humana 2009 A/H1N1, sino de otra mucho más grave: la epidemia del miedo. Yo, debo decirlo, fui una de sus primeras víctimas, y aún no logro zafarme.
Después de esto, nada volverá a ser lo mismo, por lo menos para mí... Hoy, la gripe ha dejado de ser esa visita incómoda de cada invierno que me deja con la nariz más roja que Rudolph, y el cuerpo maltrecho por sus embestidas de flemas, dolor de cabeza y de articulaciones. Hoy, la gripe, una vieja conocida mía, se ha convertido en sinónimo de miedo, de angustia, de paranoia...
Ayer, la Organización Mundial de la Salud (OMS) determinó subir un peldaño más en esta carrera por ver de qué  se muere uno antes: si de miedo o de influenza A/N1H1... Anoche, fuimos a dormir con un letrero gigante sobre nosotros, que dice FASE CINCO... y que, a pesar del mensaje didáctico y "tiernecito" de Felipe Calderón en cadena nacional, no dejó de brillar con su luz de neón roja, durante toda la noche.
A mí, los abrazos y besos (fuera de la barrera sanitaria, of course) que me prodigaron el domingo, no me alcanzan para dejar de tener miedo. Me alcanzaron, sí, un ratito, mientras me apretaba contra un cuerpo que he soñado por mucho tiempo más del que quisiera reconocer; me alcanzaron, mientras iban acompañados de un "te quiero" en cada comisura de los labios; me alcanzaron un par de horas más, mientras duró el sortilegio y no debí regresar a la realidad... Luego... luego.... vino de nuevo el miedo...
No sé si un día vuelva a reinar en mí la paz, o si mañana me levante con ganas de "reforzar mi yo", como me dijo el doctor al que últimamente le cuento todo... No sé si un día vaya yo a creer en lo que dice un tipo medio mayor que no hace más que asustarme cada vez que anuncia conferencia, porque tiende a cambiar las cifras de los muertos e infectados... No sé yo, si pueda dejar de sentirme chiquita ante esta amenaza microscópicamente gigante... No sé yo, si un día pueda recuperar la imagen de fortaleza que perdí hace cinco días, cuando hundía la cara en su pecho, mientras repetía, sólo, "tengo miedo"...
La epidemia nos tomó por sorpresa,y hoy no queda más que esperar que la evolución siga su curso.
Qué más quisiera yo, que poder cambiar las cosas y no pensar lo peor, cuando veo a alguien sin cubrebocas... Qué más quisiera yo, que poder evitar las lágrimas -de rabia o de miedo- cada vez que leo, veo, escucho o digo algo sobre este monstruo... Qué más quisiera yo, que sentirme de nuevo enorme ante el mundo y no estar aquí, escribiendo acerca de lo que nunca, jamás, pensé que verían mis ojos...
La epidemia me tomó por sorpresa, como tomó a todo el mundo, que no hace más que mirar hacia México... y aunque me ha llenado de angustia, hay algo que debo agradecer: que, desafiando las jerarquías espirituales, he decidido que ni ahora, ni de esto, moriré...
 
 
Les dejo abrazos de fase cinco y un artículo que se publicó hace un par de días en El País y que a mí (que sí, soy una chillona) me hizo llorar...
 
El miedo aterriza en México
 La ciudad de México está en silencio, escuchándose a sí misma, sintiendo el ritmo de su respiración bajo los trozos de tela azul. A esta ciudad, que no se amilana ante nada y ante nadie, se le está empezando a notar el miedo en los ojos. Sólo en los ojos. Porque la sonrisa, que es su orgullo y su reclamo turístico, hace dos días que quedó sepultada bajo unas mascarillas que ya usan casi todos, desde los guardias de tráfico hasta los incombustibles mariachis nocturnos de la plaza de Garibaldi.
 El miedo va aumentando conforme la cifra de muertos sube -la última oficial es de 149-, pero también a medida que los mexicanos van viendo en televisión que el mundo entero anda preocupado por lo que está sucediendo aquí, por la propagación del maldito virus de la influenza porcina.
 Los mexicanos -lo dicen las encuestas y lo puede atestiguar cualquiera que salga a la calle- tienen una desconfianza congénita ante la información oficial. No es culpa del Gobierno actual. O no sólo. Pero lo cierto es que, durante los primeros momentos, el anuncio del brote fue puesto en cuarentena por buena parte de la población. El viernes, sólo unas horas después de que la palabra influenza [gripe en inglés] llegara para quedarse, la gente siguió haciendo su vida como si tal cosa.
 Pero ayer, ya no. El jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, no era capaz de disimular su preocupación. Informó de que en las últimas horas se habían producido cinco muertes más en distintos hospitales de la ciudad. Y de que, del 1 al 10, el estado de alerta ya estaba situado en el número 8. Y eso fue por la mañana...
 El presidente del Gobierno, Felipe Calderón, siguió apareciendo muy serio en televisión para llamar una y otra vez a la calma. Insistió en que el Gobierno federal dispone de suficientes vacunas -¿son suficientes un millón de vacunas en una ciudad de 20 millones de habitantes, en un país de 100 millones?-, pero enseguida se puso a detallar las medidas de precaución como si fuera un médico de atención primaria. Una a una, sin saltarse ninguna. Lavarse las manos, ponerse la mascarilla, evitar acudir a sitios concurridos, limpiar con detenimiento las manillas de las puertas y las llaves de los grifos. Por supuesto, nada de besos ni de compartir la cuchara o el tenedor con un posible transmisor del virus. También algo fundamental: "Hay que acudir al médico en cuanto se perciban los primeros síntomas. Se ha demostrado que quien acude pronto, tiene muchas posibilidades de salvarse".
 Pero, ¿cómo pudieron acudir pronto los que hace una semana se sintieron mal sin saber que un virus asesino andaba suelto por la ciudad? Los vecinos de México están empezando a atar cabos y a deducir que algunas extrañas muertes ocurridas hace 15 o 20 días bien pudieron deberse a la gripe. Pero hasta el jueves pasado por la noche, nadie avisó de nada. Si a eso se añade que la cifra oficial de bajas sólo incluye a los fallecidos desde el día 13, ¿cuál es en realidad el alcance de la epidemia?
 Lo que ya se sabe es que el grupo de riesgo, que en un principio las autoridades había limitado a la infancia y a la vejez, incluye a toda la población. Las pocas identidades que se van conociendo corresponden, de hecho, a personas jóvenes, pletóricas de salud hasta que las visitó la gripe porcina.
 Uno de ellos se llamaba Jorge Francisco Guzmán Juárez y tenía 24 años. No había pasado una semana desde que empezó a sentirse mal hasta que, ayer, falleció. Sintió dolor de estómago, escalofríos y fiebre. Acudió a un médico que sólo le recetó un remedio para el dolor de tripa. Cuando sus familiares lo llevaron al hospital, ya llegó inconsciente.
 A la espera de nuevos datos de fallecidos, lo que sí ya parece claro es que el jefe del Gobierno de México DF, Marcelo Ebrard, se inclina cada vez más por paralizar la ciudad al completo. Sería la primera vez en la historia. El metro y los autobuses pueden dejar de funcionar en las próximas horas, y las autoridades federales sopesan la posibilidad de cerrar el aeropuerto. Los colegios están cerrados hasta el día 6 de mayo. Ya los aviones llegan casi vacíos. Pero, si de repente dejasen de llegar, esta ciudad conocería un miedo nuevo, impensable. El de quedarse aislada de un mundo que, para lo bueno y para lo malo, siempre hace escala aquí.

1 comentario:

Dr. Mille Miglia dijo...

mmm será, yo la verdad no sé