miércoles, 30 de enero de 2008

Vanity

Sabía que regresarías.

Lo tenía bien claro, que al final tú mismo serías quien me haría ganar la batalla que no inicié.

Sé que piensas que soy una vanidosa, que ahora soy yo quien tiene el corazón de hielo... pero no me importa... sí, soy una vanidosa, una maldita vanidosa... y me gusta.

La noche que te fuiste no pensé en nada, sólo en las miles de noches que habíamos pasado juntos, sentados uno al lado del otro, después de sangrarnos los labios y destilar sal.

¿Te extrañaría?, ¿pensaría en ti una vez? No sé, no me pasaba por la mente... y sí, te extrañé, como también extraño comer azucar o beber una copa en solitario. Nada grave... pude sobrevivir.

Pero tú, tú regresaste.

Para ser honesta tampoco pensé si lo harías o no, ni siquiera me importó saber si los ojos te estallarían de lágrimas en soledad o sentirías frio cuando no tuvieras una casa a la cual llegar cada vez que quisieras vaciar tu cuerpo...

¿Pensaste acaso que yo tendría otros brazos, otros labios, otra piel que me recibiría gustosa? No, nunca lo pensaste... creíste que eras lo único, que se me acabaría la vida y regresaría corriendo a pedirte que no tomaras en cuenta mis palabras... me creíste tan segura...

Pasaron días, que se conviertieron en semanas, que se convirtieron en meses. Tres, sólo eso resististe, noventa míseros días...

¿Tienes idea la satisfacción que me dio ver tu número en mi teléfono? Sabía que me habías necesitado, que quizá en ese tiempo hubo muchas en quienes derramaste la blanca sangre que te corre por las venas, que otras te besaron, que quizá hasta te amaron... pero que soy yo, yo, yo, ¡yo! a la que buscas para sentir el rojo de los labios húmedos, yo a la que necesitas para recostar la cabeza luego de alcanzarlo todo, la que te absorbe las miradas y te las regresa heladas.

Al principio pensé no contestar... lo dejé sonar un par de veces... las que sabía que esperarías antes de colgar y volver a marcar los diez números que separaban nuestras voces. Luego te dejé decir... y me diste poder.

Sí, poder... así como se lee... poder sobre ti, sobre lo nuestro, sobre el futuro... poder... lo único que necesitaba para abrirte los brazos y el cuerpo.

Fusite una presa tan sencilla... en tu mente sólo cupo la idea de que había sido tu culpa...

¿Nunca pensaste que yo quería que te fueras? No, jamás... eres tan simple.... quería que te fueras, que desaparecieras, que nunca más me buscaras...

Y al final, el día que quisiera un grito eterno, te buscaría, te haría venir con la facilidad de siempre, con una enorme sonrisa vertical...

Pero fuiste tú, tú el que cometiste una vez más el error... maravilloso error que agradezco, que bendigo, porque ahora sé que no puedes seguir, que nada vive en tu cuerpo sin mi humedad, sin me deseo, sin mí...

Me diste poder... me dejaste ganar fácil... Ahora resiste, resiste... que ya que lo sé, sólo puedo querer más...

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